lunes, 13 de enero de 2014

La ética como regulador del avance científico y tecnológico 3


El Experimento Tuskegee

Tuskegee, Alabama. E.U. 1932-1972.


“El gobierno de los Estados Unidos hizo algo incorrecto –profunda y moralmente incorrecto. Fue una atrocidad hacia nuestro compromiso con la integridad y la igualdad para todos nuestros ciudadanos… claramente racista.”

-- Disculpa del Presidente Clinton a los 8 sobrevivientes del Experimento Tuskegee, Mayo 16, 1997 --




El Estudio de la Sífilis de Tuskegee (1932-1972), también conocido como el estudio de la Sífilis del Servicio de Salud Pública, fue un estudio clínico conducido alrededor de Tuskegee Alabama en donde 399 afroamericanos (mas 200 personas de un grupo control sin sífilis), pobres – y casi analfabetos – participaron en un estudio dirigido a la descripción de la historia natural de la sífilis. Este estudio se volvió notorio porque fue conducido sin el debido respeto a los sujetos de experimentación, y condujo a grandes cambios en la manera en que los pacientes debían ser protegidos en estudios clínicos. Los individuos reclutados en el estudio de Tuskegee no dieron su consentimiento informado y no fueron informados de su diagnóstico. En vez de eso, se les dijo que tenían “Mala Sangre” y que se les invitaba a recibir tratamiento gratuito en una clínica. También se les ofreció una comida caliente por día y 50 dólares en caso de muerte para solventar los gastos de su funeral.

Para 1947, la penicilina se había convertido en el tratamiento estándar para la sífilis. Antes de su descubrimiento, la sífilis frecuentemente conducía al desarrollo de una enfermedad multisistémica, crónica, dolorosa y fatal. En lugar de tratar a los sujetos sifilíticos con penicilina y cancelar el estudio, los científicos de Tuskegee se negaron a usar penicilina o a proporcionar información sobre la misma, con el objetivo de continuar el estudio acerca de cómo la enfermedad progresa y mata al paciente. Los participantes también fueron persuadidos de entrar a otros programas de tratamiento que estaban disponibles para otras personas en el área. El estudio continúo hasta 1972, cuando una filtración a la prensa – más que cualquier otra consideración ética o moral – condujo a su cancelación. El estudio Tuskegee es frecuentemente citado como uno de los más grandes incumplimientos de ética y confianza entre el médico y sus pacientes, en la realización de un estudio clínico en los Estados Unidos. El estudio de la sífilis de Tuskegee condujo a la elaboración del reporte Belmont y al establecimiento del Consejo Nacional para la Investigación Humana y los consejos Institucionales de Revisión de Protocolos de Investigación.

El grupo de estudio fue formado como parte de la sección para enfermedades venéreas del servicio de salud publica de los Estados Unidos (PHS). El inicio del estudio Tuskegee se le atribuye comúnmente al Dr. Taliaferro Clark . Su propósito inicial era seguir el proceso natural de la sífilis sin tratamiento alguno, en un grupo de hombres negros por 6 a 8 meses, para después continuar el seguimiento en una fase bajo tratamiento. Más tarde, el Dr. Clark accedió a la implementación de prácticas engañosas sugeridas por otros miembros del estudio. Clark se retiró del estudio un año después de que éste comenzó.


El Dr Oliver C. Wenger era el director de la clínica para enfermedades venéreas del PHS en Hot Springs, Arkansas. Era un entusiasta promotor de la exploración exhaustiva de la sífilis y de la instalación de programas de tratamiento en la comunidad negra. En varias etapas del experimento de Tuskegee, Wenger estuvo ligado a las actividades del Condado Macon, y jugó un papel crítico en el desarrollo de los primeros protocolos de estudio. Wenger continúo brindando asesoría en el experimento cuando este entró en un largo periodo de estudio de la evolución de la enfermedad sin tratamiento alguno. También fue partidario de ocultarle a los sujetos de experimentación, los apoyos al estudio --temía que la revelación pudiera conducir a que no cooperaran.

En 1932 el Dr. Raymond H. Vonderlehr era el director del experimento de Tuskegee. El realizó varios de los primeros exámenes físicos y procedimientos médicos. Vonderlehr desarrolló las políticas que moldearon la siguiente fase del proyecto. Por ejemplo, fue el quien decidió obtener el “consentimiento” de los sujetos para la realización de punciones lumbares (En busca de signos de neurosífilis) promocionando las pruebas diagnósticas como un “tratamiento gratuito especial”. En una ocasión, el Dr Wenger lo felicitó por sus “facilidades al mandar cartas a negros”. Vonderlehr se retiro como director de la Sección de Enfermedades Venéreas en 1943.

El Dr. John R. Heller fue asistente del Dr Vonderlehr y lo sustituyó como Director de la Sección de Enfermedades Venéreas del PHS. La dirección del experimento por Heller coincidió con la introducción de la penicilina en otras clínicas de la PHS como tratamiento de rutina para la sífilis, así como con la formulación del Código de Nuremberg (Con el cual se buscaba proteger los derechos de los sujetos de investigación). El estudio fue expuesto a la opinión pública en 1972; Heller defendió los principios éticos del experimento hasta el final.

La enfermera Eunice Rivers era una mujer afroamericana que se entrenó en Tuskegee y fue reclutada en el Hospital John Andrew cuando el estudio comenzó. El Dr. Vonderlehr se convirtió en un fuerte defensor de su rol. La enfermera Rivers se convirtió en la única persona del staff que permaneció en el estudio durante los 40 años de su existencia. Para la década de los 50, la enfermera Rivers se había convertido en un elemento crucial del estudio –su conocimiento personal de todos los sujetos permitieron que el largo seguimiento se mantuviera funcionando.

Durante la Gran Depresión de la década de los 30, se les ofreció a las clases bajas de afroamericanos --quienes usualmente no podían obtener una adecuada atención médica— la oportunidad de integrarse al refugio de la señorita Rivers. Ahí, los pacientes recibirían exámenes médicos gratuitos en la Universidad de Tuskegee, así como transporte gratuito de ida y vuelta a la clínica, comidas calientes en los días de examen y tratamiento para padecimientos menores.

El experimento comenzó originalmente como un estudio de la incidencia de la sífilis en la población del Condado Macon. Los sujetos serían estudiados por un periodo de seis a ocho meses, y después tratados con tratamientos contemporáneos (Incluyendo el salvarsan, ungüentos de mercurio y bismuto) que eran medianamente efectivos pero muy tóxicos. Las intenciones iniciales de este estudio eran beneficiar la salud publica de esta población pobre, como quedó evidenciado por la participación del Instituto Tuskegee, la Universidad afroamericana fundada por Booker T. Washington. Su hospital afiliado le brindo al PHS las facilidades médicas para el estudio, y otras instituciones predominantemente afroamericanas así como médicos locales también participaron. Se suponía que la Fundación Filantrópica Rosenwald proveería los fondos para pagar el eventual tratamiento. El estudio recluto a 400 hombres negros enfermos de sífilis, así como 200 hombres negros saludables como grupo control.

El primer punto crítico en la dirección que tomaría el experimento Tuskegee llegaría en 1929, cuando la llegada de la Gran Depresión dejaría a la Fundación Rosenwald sin la posibilidad de solventar los tratamientos que inicialmente había prometido. En un principio, los directores del estudio pensaron que aquello seria el fin del estudio, considerando que la Fundación ya no seria capaz de comprar los medicamentos para la fase de tratamiento del estudio. Incluso se elaboró un reporte final.

En 1928, el Estudio Oslo había reportado las manifestaciones patológicas de la sífilis no tratada en varios cientos de hombres caucásicos. Este estudio fue retrospectivo; Los investigadores recopilaron información de pacientes que ya habían contraído sífilis y que habían permanecido sin tratamiento por un tiempo. El grupo de estudio de Tuskegee decidió salvar su experimento y continuarlo, al convertirlo en un estudio prospectivo equivalente al Estudio Oslo. Esto no era inherentemente erróneo por sí mismo; tomando en cuenta que no había nada que los investigadores pudieran hacer terapéuticamente, podían estudiar la evolución natural de la enfermedad, mientras no le provocaran un daño a sus pacientes. Eso sería de beneficio para la humanidad. De cualquier forma, los investigadores se salieron de los marcos del juicio razonable, cuando su estudio eventualmente se convirtió en el más largo experimento no terapéutico realizado en seres humanos en la historia de la medicina.

Las consideraciones éticas, pobres desde un principio, comenzaron a deteriorarse rápidamente. Tomando un ejemplo, a mitad del estudio, como un medio de asegurarse que los hombres accedieran a realizarse un potencialmente peligroso procedimiento diagnóstico (No terapéutico) como es la punción lumbar, los médicos le mandaron a los pacientes 400 cartas tituladas “Última oportunidad para recibir tratamiento gratuito especial”. El estudio también requería que se le realizara una autopsia a todos los sujetos después de su muerte –aún cuando los participantes nunca fueron informados de este requisito. El tratamiento para los pacientes fue intencionalmente negado. A muchos se les mintió y recibieron tratamientos placebo con el objetivo de observar la progresión fatal de la enfermedad. En 1934, la primera información médica fue dada a conocer, siendo publicado el primer reporte mayor en 1936. Es importante notar que este no fue un estudio secreto, ya que contó con numerosos artículos publicados a lo largo de su historia.

El segundo punto crítico en la dirección del experimento llegaría en 1947, tiempo en el cual, la penicilina se había convertido en el tratamiento estándar de la sífilis. Varios programas del Servicio de Salud Pública del gobierno de los Estados Unidos fueron implementados para formar “centros de tratamiento rápido” con el objetivo de erradicar la enfermedad. Cuando varias campañas nacionales de salud para erradicar la enfermedad venérea llegaron al Condado Macon, los investigadores del estudio Tuskegee disuadieron a sus sujetos de experimentación de participar en ellos. Durante la Segunda Guerra Mundial, 250 de los sujetos de experimentación del estudio Tuskegee se registraron en estas campañas, y fueron consecuentemente diagnosticados y programados para recibir tratamiento. De cualquier forma, el PHS se encargó de descartarlos. El representante del PHS de aquel momento declaró: “Hasta el momento, estamos asegurándonos que todos los sujetos diagnosticados no reciban tratamiento.”

Para el final del estudio, solo 74 de los sujetos de experimentación continuaban con vida. 28 de los hombres habían muerto directamente a causa de la sífilis, 100 murieron por complicaciones derivadas de ella, 40 de sus esposas fueron infectadas, y 19 niños nacieron aquejados de sífilis congénita.

En 1966, Peter Buxtun, un investigador del PHS en San Francisco, mandó una carta al director de la División de enfermedades venéreas para expresarle sus preocupaciones acerca de la moralidad del experimento. El Centro para el Control de Enfermedades (CDC) reafirmó la necesidad de continuar con el estudio hasta su terminación (hasta que los sujetos murieran y pudieran realizarse las autopsias correspondientes).

Con sus reclamos ignorados, Peter Buxtun se dirigió a la prensa. La historia apareció primero en el Washington Star el 25 de Julio de 1972. Después apareció en la primera plana del New York Times el día siguiente. Como resultado de las protestas del público, en 1972, una comisión asesora fue designada para determinar si el estudio estaba médicamente injustificado y ordenó detener el experimento. Como parte del arreglo judicial que resultó del escándalo, los participantes sobrevivientes que habían sido afectados como consecuencia del estudio así como sus familiares recibieron 9 millones de dólares y la promesa de tratamientos médicos gratuitos.

En 1974, el Acta de investigación Nacional se convirtió en ley. También se creó una comisión para estudiar y redactar las regulaciones que deberían cumplir los experimentos que involucraran participantes humanos.

El 16 de Mayo de 1997, cinco de los 8 sobrevivientes del experimento acudieron a una ceremonia en la Casa Blanca, en la cual el Presidente Clinton pidió disculpas formales a los participantes del experimento Tuskegee:

“No podemos remediar lo que ya esta hecho, pero podemos terminar con el silencio… Podemos dejar de voltear nuestras miradas hacia otra parte. Podemos mirarlos a los ojos y finalmente decir, a nombre de la gente
norteamericana, que lo que hizo el Gobierno de los Estados Unidos fue vergonzoso y que lo siento.”

En 1932, los tratamientos para la sífilis eran relativamente poco efectivos y tenían severos efectos colaterales. Se sabía que la Sífilis era particularmente prevalente en comunidades negras pobres. En un inicio, la intención del estudio era medir la prevalencia de la enfermedad, su historia natural y la verdadera efectividad del tratamiento. La ética médica prevalerte en aquel entonces, aún no contaba con los estándares exactos para elaborar un consentimiento informado; los médicos rutinariamente le ocultaban información sobre su estado de salud a los participantes. Un estudio clínico para evaluar la efectividad del tratamiento de esta terrible enfermedad no era inherentemente incorrecto. De cualquier forma, este estudio explotó una sobpoblación vulnerable para responder una cuestión que habría sido benéfica para toda la población. Algunos argumentan que esto fue una muestra de racismo por parte de los organizadores del estudio.

De cualquier forma, con el desarrollo de un método efectivo y simple para el tratamiento de la sífilis (la penicilina), y con los cambiantes estándares éticos, los juicios éticos y morales del experimento se volvieron absolutamente indefendibles. Para el tiempo en que el estudio se canceló, cientos de hombres habían muerto de sífilis y muchas de sus esposas se habían infectado. Muchos niños sufrieron también los estragos de la sífilis congénita. Este estudio se ha convertido en un sinónimo de la explotación en los estudios clínicos, y ha sido frecuentemente comparado con la experimentación realizada por el médico nazi Josef Mengele.

Algunos estudios sociológicos han mostrado que el Estudio de la Sífilis de Tuskegee ha predispuesto a muchos afroamericanos a desconfiar de las autoridades médicas. El estudio por sí mismo, es un factor significativo en la baja participación de afroamericanos en estudios clínicos y en programas de donación de órganos. Nadie podría culparlos.

La ética como regulador del avance científico y tecnológico 2


Declaración de Hawai. Implicancias éticas especificas de la psiquiatría
(Asociación Mundial de Psiquiatras) (1977)

La ética ha sido desde los albores de la cultura una parte esencial del arte de curar. El conflicto de lealtades que ofrece a los médicos la sociedad contemporánea, la naturaleza delicada de la relación terapista-paciente y la posibilidad de abusar de los conceptos psiquiátricos, del conocimiento y de la tecnología en acciones contrarias a las leyes de la humanidad, hacen más necesarios que nunca altos estándares éticos para aquellos que practican el arte y la ciencia de la psiquiatría.

El psiquiatra, como practicante de la medicina y miembro de la sociedad, tiene que considerar las implicaciones éticas específicas de la psiquiatría al igual que las exigencias éticas comunes a todos los médicos y los deberes sociales de cada hombre y mujer.

Una conciencia delicada y un juicio personal son esenciales para una conducta ética. Sin embargo, para clarificar las implicaciones éticas, de la profesión y guiar a los psiquiatras individuales y ayudarlos a formar su conciencia se requieren reglas
escritas.

Por consiguiente, la Asamblea General de la Asociación Mundial de Psiquiatras ha establecido las siguientes líneas éticas para los psiquiatras de todo el mundo.

1.- El fin de la psiquiatría es promover la salud y la autonomía y crecimientos personales. El psiquiatra deberá servir con lo mejor de sus habilidades, consecuente con los principios científicos y éticos aceptados, los mejores intereses de su paciente y preocuparse también del bien común y de la justa distribución de los recursos de salud. Para cumplir con estos fines se requiere realizar investigación y educación continua del personal de salud, de los pacientes y del público.
2.- Debe ofrecerse a cada paciente la mejor terapia disponible y tratársele con la solicitud y el respeto debidos a la dignidad de todos los seres humanos y a su autonomía respecto de su propia vida y salud. El psiquiatra es responsable por los tratamiento dados por los miembros del personal y les debe una supervisión y capacitación calificadas. Donde quiera que haya una necesidad o se presente una petición razonable por parte del paciente, el psiquiatra deberá buscar la ayuda o la opinión de un colega de más experiencia.
3.- La relación terapéutica entre el paciente y el psiquiatra está basado en el acuerdo mutuo. Requiere confianza, confidencialidad, apertura, cooperación y responsabilidad mutua. Puede no ser posible establecer una relación de este tipo con algunos
pacientes gravemente enfermos. En este caso, con el tratamiento de los niños, se deberá establecer contacto con una persona próxima al paciente y que le sea aceptable. Si se establece una relación con otros propósitos que el terapéutico, como la de la psiquiatría forense, su naturaleza debe ser cuidadosamente explicada a la persona afectada.
4.- El psiquiatra debe informar al paciente de la naturaleza de su condición, de los diagnósticos y procedimientos terapéuticos propuestos, incluyendo las posibles alternativas, y del pronóstico. Esta información debe ofrecerse con consideración y darse al paciente la oportunidad de elegir entre métodos apropiados y disponibles.
5.- No debe llevarse a cabo ningún procedimiento ni darse un tratamiento contra la voluntad independientemente de la voluntad del paciente, salvo que el paciente carezca de capacidad para expresar sus propios deseos o, a causa de su enfermedad psiquiátrica, no pueda ver cuál es su mejor interés o, por la misma razón, que es un peligro para los demás. En estos casos puede o debe darse un tratamiento compulsivo siempre que éste sea realizado en beneficio de los mejores intereses del paciente y durante un período razonable de tiempo, se pueda presumir un consentimiento informado retroactivo, y cuando sea posible, sea obtenido el consentimiento de alguien próximo al paciente.
6.- Tan pronto como pierdan vigencia las condiciones señaladas para el tratamiento compulsivo, el paciente deberá ser liberado, salvo que consienta voluntariamente en continuar el tratamiento. Siempre que haya un tratamiento compulsivo o detención deberá existir un organismo neutra independiente de apelación para la investigación metódica de estos casos. Cada paciente debe ser informado sobre su existencia y permitírsele apelar a éste personalmente o por medio de un representante, sin que
interfiera el personal del hospital u otra persona.
7.- El psiquiatra no deberá utilizar nunca las posibilidades de la profesión para maltratar individuos o grupos y deberá preocuparse de no permitir nunca que deseos personales inapropiados, sentimientos o prejuicios interfieran con el tratamiento. El psiquiatra no debe participar en tratamientos psiquiátricos compulsivos en ausencia de enfermedad psiquiátrica. Si el paciente o algún tercero solicita acciones contrarias a los principios científicos o éticos, el psiquiatra debe rehusar cooperar. Cuando por cualquier razón no puedan promoverse los deseos o los mejores intereses del paciente, este deberá ser informado de ello.
8.- Lo que el paciente haya dicho al psiquiatra, o lo que éste haya notado durante el examen o el tratamiento, debe ser mantenido como confidencial a menos que el paciente libere al psiquiatra del secreto profesional u otros valores vitales comunes o los mejores intereses del paciente hagan imperativa su revelación. En estos casos, sin embargo, el paciente debe ser informado de inmediato de la ruptura del secreto.
9.- El incremento y la propagación del conocimiento y habilidades psiquiátricas requieren la participación del paciente. Deberá, sin embargo, obtenerse un consentimiento informado antes de presentar el paciente a una clase, y si es posible, también cuando se publica una historia clínica, y tomarse todas las medidas razonables para preservar el anonimato y salvaguardar la reputación personal del sujeto. En la investigación clínica y en la terapia deberá ofrecerse a cada sujeto el mejor tratamiento disponible. Su participación debe ser voluntaria, después que se le haya proporcionado una información completa acerca de los objetivos, procedimientos, riesgos e inconvenientes del proyecto. Siempre deberá haber una relación razonable entre los riesgos calculados o inconvenientes y los beneficios del estudio. Ene el caso de los niños y otros pacientes que no pueden dar un consentimiento informado éste deberá obtenerse de alguien próximo a ellos.
10.- Cada paciente o sujeto de investigación es libre de retirarse por cualquier razón en cualquier momento de cualquier tratamiento voluntario y de cualquier programa de enseñanza o de investigación en el cual participe. Este retiro, al igual que cualquier
rechazo para participar en un programa, nunca debe influir en los esfuerzos del psiquiatra para ayudar al paciente o sujeto. El psiquiatra deberá suspender todos los programas terapéuticos, de enseñanza o investigación que puedan resultar contrarios
a los principios de esta Declaración.


La ética como regulador del avance científico y tecnológico 1



 Código de Nuremberg 
Normas éticas sobre experimentación en seres humanos 
En 1997, el Código de Nüremberg fue publicado el 20 de agosto de 1947, como producto del Juicio de Nüremberg (agosto 1945 a octubre 1946), en el que, junto con la jerarquía nazi, resultaron condenados varios médicos por gravísimos atropellos a los derechos humanos. Dicho texto tiene el mérito de ser el primer documento que planteó explícitamente la obligación de solicitar el Consentimiento Informado, expresión de la autonomía del paciente. Sus recomendaciones son las siguientes: 
I. Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del sujeto humano. 
II. El experimento debe ser útil para el bien de la sociedad, irremplazable por otros medios de estudio y de la naturaleza que excluya el azar. 
III. Basados en los resultados de la experimentación animal y del conocimiento de la historia natural de la enfermedad o de otros problemas en estudio, el experimento debe ser diseñado de tal manera que los resultados esperados justifiquen su desarrollo. 
IV. El experimento debe ser ejecutado de tal manera que evite todo sufrimiento físico, mental y daño innecesario. 
V. Ningún experimento debe ser ejecutado cuando existan razones a priori para creer que pueda ocurrir la muerte o un daño grave, excepto, quizás en aquellos experimentos en los cuales los médicos experimentadores sirven como sujetos de investigación. 
VI. El grado de riesgo a tomar nunca debe exceder el nivel determinado por la importancia humanitaria del problema que pueda ser resuelto por el experimento. 
VII. Deben hacerse preparaciones cuidadosas y establecer adecuadas condiciones para proteger al sujeto experimental contra cualquier remota posibilidad de daño, incapacidad y muerte. 
VIII. El experimento debe ser conducido solamente por personas científicamente calificadas. Debe requerirse el más alto grado de destreza y cuidado a través de todas las etapas del experimento, a todos aquellos que ejecutan o colaboran en dicho experimento. 
IX. Durante el curso del experimento, el sujeto humano debe tener libertad para poner fin al experimento si ha alcanzado el estado físico y mental en el cual parece a él imposible continuarlo. 

Durante el curso del experimento, el científico a cargo de él debe estar preparado para terminarlo en cualquier momento, si él cree que en el ejercicio de su buena fe, habilidad superior y juicio cuidadoso, la continuidad del experimento podría terminar en un daño, incapacidad o muerte del sujeto experimental.