sábado, 9 de abril de 2016

SEGUNDA PARTICIPACIÓN: Altruismo, egoísmo e individualismo




LOS HÉROES OLVIDADOS DE LA Los ABC
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  • ACTUALIDAD
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  • Participación:
    a. ¿Qué motivó a estos hombres a ayudar en el rescate?
    b. ¿Por qué no fueron reconocidos por la sociedad? ¿Qué valores de la sociedad mexicana están implícitos en esta situación?
    c. ¿Pueden ser considerados héroes? Argumenta 
    Los héroes olvidados de la guardería ABC
    Ese día nos encontrábamos aquí por el arroyo, debajo de un árbol, 
    cuando de repente comenzamos a ver un humaredón que se soltó hacia la 
    gasolinera. Entonces nosotros pensamos que era la llantera, porque ahí 
    está una llantera grande, y corrimos todos y ya cuando llegamos pues 
    vamos viendo que era la guardería. Y yo lo que hice pues me metí, me 
    metí sin pensarla. Íbamos como 3 morros: el José, el Negro y yo. 
    Entonces yo no la pensé y me metí pa’ dentro. Y entre el humaredón y 
    todo ese jale me devolví pa’trás porque estaba muy oscuro adentro. No 
    veía nada. Entonces dos polecías que andaban ahí me dieron dos lámparas
    , me quité la camiseta, me la puse en las narices y me dejé ir otra 
    vez pa’ dentro, pa’l llamaradón. Y ya comencé a aluzar hasta que vi 
    una niña que estaba sentadita en una esquina, con los bracitos así 
    encogiditos y el pelito recogido. No se le quemó el pelito. Y yo dije 
    “¿Será niña o será muñeca?”… porque parecía una muñequita, la piel como
     de plástico, así amarilla…

    Es la voz de Juan López Trujillo, mejor conocido como El Cayetano. Un 
    tipo treintañero, ameno y sonriente que mira a lo lejos cuando hace 
    memoria. No es alto ni chaparro y lo que tiene de flaco lo tiene de 
    correoso. Vive en la colonia Y Griega y es uno de los varios que 
    arriesgaron el cuero el 5 de junio de 2009 en la Guardería ABC de 
    Hermosillo.
    “¿Será o no será?” decía yo… Estaba entre sí y no, pues. Y lo que hice 
    pues que la quiero agarrar, la agarro de abajo de los sobaquitos así y 
    entonces sentí lo caliente y la dejé caer porque me quemé las manos. 
    Entonces lo que hice ¡pum! me quité la camiseta que traiba y la envolví,
     la envolví y la agarré bocabajo y ahí voy pa’ fuera, pa’ la puerta. 
    Saqué a esa, iba viva ésa, el corazoncito le iba funcionando. Ya la 
    entregué afuera y me dejé ir otra vez pa’ dentro.

    Aquella tarde una llama de fuego llegó a la estancia infantil procedente 
    del almacén contiguo, perteneciente a la Secretaría de Finanzas del 
    Gobierno del Estado de Sonora. Ciento cincuenta infantes hacían la 
    siesta y en cuestión de minutos aquello se volvió una locura: 49 niños 
    fallecidos y 75 más con lesiones de por vida fue el saldo de la horrenda 
    tragedia. Los 700 mil habitantes de Hermosillo lloraron al tiempo que 
    clamaban justicia.  La pregunta por qué y el lamento cómo pudo suceder 
    estaban en boca de todos. Intentando respondernos, se habló –se habla- 
    de corrupción y negligencia como las causas últimas del desastre. 
    Intentando consolarnos, aparecieron los héroes de toda tragedia.
    La mañana del 9 de junio, a cuatro días del evento que nos mantenía en 
    shock, revisaba la edición en línea de El Universal cuando topé unas 
    declaraciones que jalaron mi atención. Era la voz de un testigo al 
    momento de los rescates: “Un joven drogadicto ayudó a salvar a niños y 
    logró entrar a la guardería. Entró y sacaba y sacaba (niños) y al 
    final estaba muy cansado, se sentó en la calle. Nadie lo tomó en 
    cuenta, yo sí lo tomé en cuenta y lo conozco”. Dos líneas retuvo mi 
    cabeza: joven drogadicto y nadie lo tomó en cuenta. Qué raro, pensé, 
    todo mundo hablando del héroe de la camioneta y nadie de este camarada.

    Y es que para entonces la noticia era Francisco López Villaescusa, 
    El Fran, el joven que oportuna y hábilmente estrellara su camioneta 
    contra la pared de la guardería para abrir dos grandes boquetes y con 
    ello agilizar los rescates. El resto era alguna nota perdida sobre 
    héroes anónimos y hasta ahí. Pero nada, ni de lejos, sobre ese valeroso 
    “joven drogadicto” que había puesto en riesgo su propia vida por salvar
     la de los infantes. Por qué esta exclusión, me pregunté. ¿Será acaso 
    por su condición de usuario de drogas? ¿Habrá otros como él? ¿Quiénes 
    son, qué hicieron? ¿Qué pensarán de esta marginación hacia ellos? Con 
    el paso de los días estas preguntas se hicieron insoportables, había 
    que darles respuesta. La urgencia estaba marcada por la profusa 
    evidencia que cotidianamente ofrecían medios y calle: si se hablaba de 
    héroes se mencionaba casi exclusivamente a uno solo, el de la pick up.
     ¡¿Dónde diablos quedaban los demás?! Así que un mes después de la 
    tragedia me enfilé a la Colonia Y Griega, grabadora en mano.

    Las rúas del barrio me recibieron anchas y polvosas. Muchos árboles y 
    arbustos pero sobre todo mucha gente en la calle: las señoras hacen una
    pausa en su camino a las tortillas y platican; niñas y niños juegan en 
    la avenida como si fuera el patio de su casa; los morros forman
    sus bolitas en esquinas y banquetas. No veo computadoras ni teléfonos.
     Me siento bien. No escucho el habitual ruido de carros y grandes 
    máquinas a no ser por el lejano rugir de los trailers que pasan por el
    periférico sur, perímetro de este barrio. Luego camino en dirección a 
    una de esas bolitas en las banquetas y un aroma interesante llega a mi
    nariz. Me acerco más y más pega… Huele bien.
    Mi llegada generó escepticismo entre los muchachos, pues prácticamente 
    nadie los había entrevistado en los días inmediatos al incendio y que 
    alguien llegara con esas intenciones 42 días más tarde les parecía 
    extraño, si no sospechoso. Pero vino la confianza y se hizo el diálogo.
    Yo tenía interés por saber qué había pasado y qué sentían. A cambio 
    ellos tenían no ganas sino urgencias por hablar.
    El Pitufo es un compa alto, moreno y fornido. Lleva una barba de 
    candado, emite una tranquilidad envidiable y suele robar un pedazo a la
    tarde para “hacer deporte”.

    Yo estaba aquí en la casa cuando empezó el incendio y vi un humaredón 
    pa’llá y me quedé viendo…. “¿qué será?”, dije yo. “Pos sabe”. Yo tenía 
    algo en la hornilla, me estaba guisando una comida. Y salí hasta allá 
    hasta afuera y me regresé y me dije: “algo me dice que vaya pa’llá, 
    algo me dice…”. Y me quedé viendo otra vez el humo y “sabes qué, 
    voy a apagar esta madre y me voy a ir pa’ llá”. Y cuando iba ahí en la 
    escuelita me grita una señora “¡Apúrate, apúrate! ¡Se están quemando 
    los niños, se están quemando los niños!”. Y sobre de ella. Precisamente
    andaba en estos chores y en la tirahuesos blanca. Ya cuando llego me 
    paro y veo el desmadre de gente: cero policías, ni un bombero… y 
    aquellos (Cayetano, José y otros) sacando a los niños. Y volteo pa’ 
    un lado y estaban los morritos a un lado de mí, estaban los morritos 
    todos pelados acá retorciéndose y yo “¡Ay güey!, ¿qué onda qué hago qué
    hago?”. Y llega una patrulla, un pick up, y “¡Ahí, los niños ahí!”. Y 
    empiezo a agarrar a los niños y a subirlos; y cuando llego con el 
    primer niño la patrulla ya estaba llena. “¡No, a la otra a la otra!”. 
    Y yo me quedo con la niña en los brazos, la volteo a ver y la niña toda
    llena de ceniza, de carbón los ojos… toda pelada. Y yo “¡En la madre, 
    no mames!”. 
    Y en cuanto llegó la otra patrulla ¡pum! ¡pum! y ¡sobres! “¡otro! ¡otro!”
    y ya salgo corriendo y ai’ viene un bombero con un niño todo pelado: 
    ojitos, cabeza, todo… Y se tira al suelo y le da respiración y no volvía…
    y le pegaba al suelo el bato y nada el morrito. Y el bombero lo que 
    hace: se le queda viendo al morrito y se desmaya… y yo “¡¿Qué ondas con 
    este bato?!”.

    El Negro fue otro de los primeros en entrarle al rescate y también al 
    testimonio. 16 años, ojos luminosos, complexión delgada, cicatrices, 
    pelo a rape, “de aspecto cholo” diría cualquier periódico local:

    Ese día estábamos ahí en el arroyo, ahí no las llevamos en casa de una 
    morra. Ahí estábamos, íbamos a comprar unos tabacos ahí con doña Chelita
    y de repente vimos un flamón que había tronado machín, o sea lo que es 
    un chingo de humo. Y nosotros pensamos que había sido la gasolinera y 
    salimos corriendo pa’llá.(…)
    Mira los que andábamos adentro fueron este bato (José), fui yo, el 
    Martín, el Chonte, el Pancho Güilo, quién más… Y había un chingo de 
    gente que no se animaba a entrar, dos tres batos grandes ya, 
    desesperados. Y neta, los policías estatales primero no dejaban entrar.
    Y nosotros estábamos buscando por dónde entrar y un compa de aquí del 
    mismo barrio, el Daniel, tiró una refrigeración con la Cherokee y por 
    ahí tiraron al Cayetano, güey. Y sacó como a 6, 7 niños. Fueron los 
    primeros niños que sacaron, pero no se podía entrar.(…)
    Estábamos yo, este bato (Cayetano), el compa (Amedh) y un policía. Y la
    raza: “¡por aquí vamos a entrar!” Y una muchacha de ahí de la guardería
    nos ayudó a entrar. Y ella entró así sin nada, güey; nosotros con toalla,
    un desmadre, ya bañados con agua. Y un escándalo machín. Y entramos pa’
    dentro, en cuanto le pegué la patada a la puerta salió un chingo de 
    humo negro… ¿cómo quieres que no se hayan muerto los niños? ¡Es de a 
    huevo![1]
    Al pasar revista a los testimonios recogidos encontramos que el inicio
    de los rescates en la guardería ABC está íntimamente ligado a policías 
    y bomberos, representantes de ese Estado que tiene el deber de 
    salvaguardar la integridad de sus ciudadanos. Sin embargo, la estrecha 
    relación de policías y bomberos con los rescates no tiene que ver con 
    actos de valentía y arrojo. Al contrario, mucho se habla de 1) la 
    ausencia de elementos policiacos y tragahumos; y 2) la nulidad de 
    ambos conforme fueron apareciendo.
    Mario es otro de los que arriesgaron cuero y pellejo. Rebasa los 30 
    años, todos vividos en el barrio, y es fácil advertir el respeto que le 
    guardan los compañeros.

    Te voy a decir lo que pasó conmigo. Yo llegué aquí, dejé el carro y me 
    fui chicoteado sin parar. Llegué a la guardería y ya estaba acordonada
    el área. Ahora no tengo niños ahí pero tuve una niña, hace rato. Y 
    llegué y me le metí a los chotas (policías). Los chotas me quisieron
    agarrar y ¡fun! me les metí pa dentro, me metí por la puerta principal.
    Cuando ya llegué adentro ¡en la madre, el humo estaba bien enchiloso!
    Entonces no veía nada, te estrellabas con las cosas, te tropezabas. Y 
    agarrabas un niño, ibas y lo dejabas a la puerta y agarrabas otra vez 
    pa’ dentro. No sé cuantas veces lo hice, como unas 7, 8 veces conté, 
    como unos 8 niños.
    Entonces en la última ya me metí por los hoyos de los que hizo el carro
    (el de Fran).Porque por la puerta principal ya no nos dejaban entrar 
    por ahí. Yo me les metí otra vez a los chotas, ya no se veía ni madre 
    ni madre y entonces fue cuando duré más tiempo adentro… Ya después 
    nos juntamos todos. Y ya caí agotado por el humo porque había durado 
    un chingo adentro. Y ai’ me quedé y un policía me dijo “¿Qué onda te 
    sientes mal?”  Y me dio una botella con agua y me la eché pero en la 
    cara, no me la tomé, estaba bien agitado. Y ya me aliviané y fui a 
    buscar a mi doña, porque yo venía con mi doña.

    José es uno de los valientes con menor edad y menor estatura, pero con
    una energía y un lance extraordinarios. Sus palabras son como él: 
    claras y fuertes.

    O sea que los polis son los que estaban afuera, ellos sólo estaban 
    recibiendo a los niños, ellos son los que estaban saliendo en la tele, 
    ellos son a los que les tomaron las fotos. Pero quienes estábamos de 
    este lado de la barda, donde estaba el fuego, donde estaba lo bueno, 
    ¿quiénes eran? ¡Esos no los conocen![2]

    Hemos dado con bola: si no apareces en pantalla no existes. Si un lente
    no registra tus acciones no estuviste y no estarás. Quedas fuera. 
    Visto así la pregunta llega sola: ¿qué papel jugaron los medios de 
    Hermosillo en todo este proceso? Examinemos el caso de la prensa escrita.

    La edición del 6 de junio de El Imparcial, el diario de mayor 
    circulación en Sonora, dio un importante espacio al testimonio de dos 
    vecinos de la colonia Akiwiki, quienes“sin pensarlo dos veces” se 
    acercaron a ayudar.[3] Al día siguiente, la misma primera plana 
    incluyó la trascendental colaboración de Francisco López, El Fran, 
    quien “derribó  muros con pick-up y salvó vidas”, como titularon la 
    nota.[4] Hasta aquí todo en orden: se reconoce la providencial 
    colaboración de vecinoscivilesvoluntarios. Sin embargo, en la misma
    edición del domingo 7 de junio se perfila el rumbo de la cobertura 
    noticiosa que El Imparcial y el grueso si no todos los medios 
    de comunicación hermosillenses habrían de seguir.

    El diario de la familia Healy, como es natural, dio una amplia 
    cobertura a lo que ponderó como “el día más aciago en la historia de 
    Hermosillo”.[5] En ese tenor creó la sección titulada Luto en Sonora, 
    la cual incluyó ese domingo dos notas más relativas al “héroe desinteresado”
    como calificó la reportera Alejandra Meza al Fran, quien “debido al 
    impacto resultó con hinchazón en un brazo, pero nada de consideración y
     ayer ya se encontraba trabajando en su taller”.[6] De tal forma que 
    estamos ante tres notas dedicadas a un acto por demás notable, 
    celebrable, nadie lo discute, pero no el único ni muchísimo menos, como
     lo empezaban a entender este y otros periódicos locales.

    Así fue que Dossier Político no quiso quedar fuera del homenaje y en su
    primera plana del 8 de junio, dedicada al “viernes negro” hermosillense
    , cabeceó: “Francisco Manuel Lopez evitó una tragedia mucho mayor… es 
    un héroe”. Páginas adentro, retomando una nota de El Universal, de la 
    Ciudad de México, se daba voz al testimonio de El Fran al tiempo que se
    hacía notar: “Francisco Manuel, a quien han nombrado en el estado 
    “héroe” por su hazaña, trabaja en un taller de laminados y fue su padre
    quien le dio aviso del incendio. El joven tiene la columna desviada e 
    inflamación en los músculos por los impactos que realizó con su 
    camioneta para salvar vidas”.[7]

    De este modo la sociedad sonorense, mexicana y más allá se iba enterando
    de la muy plausible intervención de este joven y de los efectos 
    negativos sobre su salud. Todavía no transcurría una semana del suceso 
    cuando López apareció en la primera plana de El Imparcial sosteniendo a
    su hijo recién nacido (“¡su mejor recompensa!” festejaba el rotativo), y
     también en la primera plana pero de Expreso, relatando lo difícil que 
    le suponía lidiar con “la fama”. “Ayer le hablaron periodistas de 
    Colombia, España, Italia, Francia y Estados Unidos”, destacó el 
    reportero Javier Quintero.[8]

    ¿Pero dónde quedaban “los demás”, todos aquellos vecinos que habían 
    entrado una y otra vez con o sin boquetes de camioneta? La respuesta 
    la da el propio Expreso en su edición del 6 de junio en una pequeña 
    nota titulada “Héroes anónimos”: “También surgieron los héroes anónimos
     que sin importarles su propia seguridad se lanzaron al fuego para 
    rescatar a los pequeños”.[9] Y en efecto, fueron y siguieron siendo 
    anónimos estos salvadores; ningún nombre aparecía en ese texto y mucho 
    menos se habló de los efectos que fuego y humo generaron en su salud.

    Esta breve mirada a los contenidos de la prensa local nos permite 
    vislumbrar el inicio de una campaña propagandística en favor del héroe 
    único, una tesis nunca enunciada como tal pero puesta en marcha 
    consciente o inconscientemente por los formadores de opinión pública 
    de esta ciudad. No olvidar, por otra parte, los posteriores 
    reconocimientos simbólicos pero sobre todo materiales que “el joven de 
    la camioneta” habría de recibir: la Cheyenne del año, cortesía del ex 
    gobernador sonorense Manlio Fabio Beltrones, la “enchulada” de la pick 
    up utilizada para abrir los hoyos en las paredes de la bodega-
    guardería, la exención de pago por los servicios de parto, los sonoros
    aplausos y otros gestos que la sociedad civil dedicaba a su persona y 
    a la camioneta misma cuando ambos aparecían en las multitudinarias y 
    numerosas marchas por la justicia, un reportaje en Discovery Channel y 
    en fin los mil y un espacios que los medios de comunicación 
    dedicaban a “El Héroe de Hermosillo”, incluido aquel corrido que un 
    buen hombre escribía y cantaba:
    Voy a brindar un corrido, a Manuel López y a Francisco, hombres de 
    mucho valor, así es el padre y el hijo, que han salvado muchos niños, 
    en el momento preciso.[10]
    Con todo esto y más que aquí no se ha dicho resulta fácil entender las 
    palabras de El Negro, por cierto primo hermano de El Fran:

    Ai’ en que mi abuela llegaban reporteros de Alemania, de Argentina, de
    Uruguay… preguntando por mi primo porque ahí estaba el carro, ahí lo 
    vieron los primeros reporteros.  Y lo querían tratar y yo le dije a mi 
    nana que todo bien, pero que la neta yo no quería tanto… ¿cómo se dice?
    Tanto agradecimiento, pues. Es lo que es.  Yo lo hice sin pensarlo. 
    No pensé en nada, ni en la fama ni en nada. Y wacha el morro: no era 
    pa’ que le hubieran dado tanto al morro ese pues. Es mi primo el morro 
    pero se me figura que está mal el gobierno al reconocerlo tanto, 
    ¿sí o no Pitufo? (Pitufo: A huevo).
    Porque la neta el morro sí le pegó en la madre al carro y ponle que se
    haya lastimado la cintura y que le esté metiendo tanto chorizo (choro).
    Pero esa ondeada de que agarraron el carro y lo mandaron arreglar, 
    quesque una forma de gratitud… ¿esa madre qué? ¿Por qué se tiene 
    que agradecer? Fueron héroes… ¡Fuimos héroes, la neta! ¡Por mas bichis
    que anduviéramos fuimos héroes los que anduvimos adentro! y nos tiraron
    la mierda…

    Vuelve la voz de El Josecito, como cariñosamente lo llaman en el barrio:
    Al carro chocado, al morro, porque estaban afuera. A esos sí los 
    reconocieron y la chingada. Y a la gente que una cámara los logró 
    grabar.Pero los que estaban adentro del incendio, que fuimos nosotros, 
    que sacamos los niños, ¿A esos qué, eh? Ni las gracias nos dieron…
    -¿O sea que no han venido a decirles “gracias”?
    Nada, ni las gracias nos dieron. “Los vagos” nomás dijeron y se acabó.

    Los héroes del ABC son los desdeñados por la sociedad que viven y por 
    aquellas y aquellos que escriben la historia ya en libros ya en 
    periódicos. Cómo reconocerles un lugar en la memoria histórica si no 
    dan con el perfil requerido: no son políticos no son empresarios no son
    filántropos y no son líderes sociales; no aparecen en la pantalla de 
    la televisión local y nacional, no son estrellas de reality shows y no
     lo son porque no cantan y no bailan, y como van a salir en la tele si 
    están muy feos y las plazas para los freakys ya están ocupadas. Además
     no tienen trabajo y si lo tienen no es digno de la sociedad que somos.
    Son morenos son cenizos y llevan marcas en la piel: sean tatuajes o 
    cicatrices. En realidad dichas marcar encarnan estigmas pero no los 
    de la fe cristiana sino los que impone el buen gusto y la alta 
    cultura del hermosillense “moderno”.

    En 2010 tuvieron lugar los fastuosos y en muchos casos hipócritas 
    festejos por los centenarios que ese año se cumplían: el inicio de la 
    lucha de independencia en 1810  y el inicio de la gesta revolucionaria 
    en 1910. Por doquiera escuchamos encendidos discursos sobre las 
    míticas figuras de bronce que engalanan nuestra historia nacional y 
    regional. Y pienso yo que sin demérito de aquellos prohombres que 
    fundaron nuestra patria, no nos vendría mal bajar la mirada y el 
    aplauso para con los héroes de carne y hueso que tenemos a un lado. 
    Especialmente en oportunidades como las que fatídicamente nos ofreció,
     y nos sigue ofreciendo, el 5 de junio de 2009 en esta ciudad de 
    Hermosillo. 

    Hagamos como sugiere un par de historiadoras: tengamos un acercamiento
    distinto a la gente común que nos rodea. Esa gente común que “irrumpe 
    sorpresivamente para trastocar los guiones”.[11]

    Trastoquemos nuestros guiones mentales.


     Texto y Fotografías por Benjamín Alonso Rascón – kiktev@gmail.com

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